miércoles, 2 de julio de 2014

Biografía




Esta será una sonata biográfica para piano que se toca a dos manos. Los hermanos Peña Solari, unidos por lazos de familia y unidos en el misterio de la muerte, recorrieron tierra chilena dejando la huella de sus pasos, 
   abrazos, 
       gestas heroicas, 
         besos, 
melodías, 
                 palabras que hablaban de mundos luminosos, 
                   dulzuras derramadas que preñaron su entorno. 

Hoy, Patricia y Fernando, forman parte de la larga lista de detenidos desaparecidos que repletan los juicios y los pendientes del alma de este país flaco que vive al fin del mundo entre la cordillera y el mar.

La llegada de estos hermanos por los que fluye sangre de razas distintas se debe a la ley de sincronía de dos seres que estaban destinados a juntarse. ¡Tanto se mueve en el universo para que una vida llegue hasta la tierra y encienda su estrella! Pero de esto la dictadura nada sabía.

Mario Celindo Peña Rovegno y Olga Graciela Solari Mongrío, sus padres, habían atravesado paisajes y territorios para afincarse en Santiago. Uno venía de Concepción y la otra venía de la tropical Nicaragua. En el momento en que esta historia los junta ellos tenían tuberculosis, enfermedad muy común por los años 40. Los dos estaban internados en el sanatorio El Peral de Puente Alto en el anhelo de recuperar el aire y la vida. Mirarse y gustarse, en cierto momento, fue un solo gesto y empezaron una relación de encuentros furtivos. Hombres y mujeres estaban internados en sectores distintos en ese Peral donde las personas iban a sanarse, por lo que sus cartas sembradas de palabras encendidas iban y venían hablando de lo terreno y lo divino. Así fue que comenzaron un idílico romance  que construyó las bases de su futura unión en un matrimonio que ocurrió dos años más tarde. Después, llegó la familia. Es en esta cuna mestiza en la que se integraban las razas blanca y negra fue donde nacerían sus tres hijos, Nilda Patricia, Mario Fernando y Rodolfo Enrique.

Las hemanas Solari en Nicaragua.
Olga transitaba los 37 años cuando conoció a Mario, era concertista en piano, poetisa, estudiante empedernida, militante comunista. Esta mujer con su largo y abundante pelo negro era de pasiones profundas, las que había traído en una cajita de amatista desde su Nicaragua natal. Siempre curiosa frente a los secretos de la vida terrenal y espiritual, abierta al influjo de su padre, Enrique Solari, fue tras las verdades mayores del estar en la tierra. Fuerte y protectora de su familia, primero de sus hermanos menores, Rodolfo, Enrique, Fernando y Malucha, y después de sus hijos, Patricia, Fernando y Rodolfo. 



Mario cuando se encontró con Olga, tenía 27 años y era atractivo, ladino y con algunas reminiscencias de sus ancestros italianos. Un aura de galán de cine lo acompañaba, con la que ejercía gran influencia en su entorno. Con un humor agudo, amante de la buena vida, lleno de inquietudes trabajaba como ejecutivo de alto nivel del Banco de Chile. El venía de las tierras lluviosas del sur, de Concepción. Allí estaba radicada su familia. Él, que tenía el mundo a sus pies, con un atractivo reconocido por sus pares, con gran cantidad de amigos y un tremendo arrastre con las mujeres, sucumbió al llamativo encanto de esa misteriosa mujer. No importó la diferencia de edad entre estos seres humanos. La adversidad que dio origen al encuentro de Olga y Mario determinó la naturaleza especial de la relación. Compartir la fragilidad de la vida les permitió ver más allá de los roles y disfraces que la vida y la sociedad nos otorga y adquirimos para caminar en esta existencia. Olga y Mario entraron en lo profundo del alma.

Recuperados ya de la enfermedad se casan y luego nace en 1950 su primera hija, Nilda Patricia. Ella fue su princesa encantada y recibió todo el amor acumulado de su madre y el asombro de su padre ante el primer hijo. Al poco tiempo encomiendan otro niño y, en 1953, nace Mario Fernando quien lentamente se transforma en el filósofo que llegó a ser.


Habían nacido una princesa llena de virtudes, delicadezas y belleza y un varón filósofo de pelo ensortijado como su madre y sus ancestros africanos.

En 1955 nace el tercer descendiente, Rodolfo, que llega después de los intentos y despropósitos de los padres con sus primeros hijos y este pequeño crece rodeado de tranquilidad y sabiduría. Sus progenitores le impregnan desde muy chico la libertad para crecer más allá de los roles.

Comenta Patricia en su diario de vida:

“Yo tenía en mi reino, todo el cariño y preocupación de mis padres, al nacer mi hermano Fernando, se agitó el orden de mi territorio, pero al poco andar, entendí que este pequeño ser podía compartir mi vida y transformarse en un compañero, cómplice de tantas aventuras infantiles, hasta comprender con los años, que era mi hermano de vida e incluso me inclino ante su sabiduría y presencia. Se transforma en mi hermano mayor. Al contrario con mi hermano menor, lo sentí que venía a quitarme la atención y afectos de mis padres y lo peor es que siendo mucho menor que yo, lograba recoger la atención del Rey y la Reina y se transformó en una amenaza”.

Patricia y Fernando.
Los tres hermanos crecen, juegan y se desarrollan en un ambiente privilegiado para aquellos tiempos: Una linda parcela en la comuna de La Reina donde ellos recuerdan haber tenido un caballo, pollos, huerta. Probablemente para encarnar este estilo de vida conspiró el recuerdo y nostalgia de la Nicaragua mítica de Olga, paraíso atesorado en sus versos, y la habilidad de un sureño enamorado de la tierra y su riqueza. La parcela fue un verdadero reino para estos niños.

El año 1959 los padres deciden separarse y este reino con plantas, huevos frescos, pollos, patos, árboles añosos se fractura iniciando un ciclo de nuevos aprendizajes y experiencias para estos pequeños hermanos. Patricia se acercaba a los 9 años, Fernando a los 6 y Rodolfo a los 3.


Patricia, Fernando y Rodolfo en el cumpleaños de su prima Malucha.
Todas estas experiencias familiares de amores y rupturas, el mestizaje, la militancia comunista de tíos, abuelos, los aires indómitos del pueblo nicaragüense, el goce por los placeres de la vida, la rebeldía frente a lo establecido en todas sus formas, la risa con la boca toda y los dientes blancos, la sensualidad, la aventura, fueron y son las claves principales para entender las elecciones y experiencias que el futuro demandaría a cada uno de ellos.

La relación con sus padres fue extraordinaria a pesar de la intermitencia de la presencia del progenitor. La Princesa, el Filósofo y el Chico se acostumbraron a la entrada y salida de Mario ya que él también pasaba períodos prolongados en casa y, aparentemente, eran una familia como las familias de sus amiguitos de colegio. Esto inaugura en los tres hermanos un tiempo de aprendizajes en relación a la tolerancia a los cambios, al respeto a la diferencia con otros, a aceptar que nada es permanente, a buscar más allá de lo establecido. Tal vez en esta huella está el inicio del descubrimiento de una vida espiritual, valórica y plena de sentido.

En los años sesenta la vida para sus padres ya había cambiado para siempre. Olga, por necesidad de autodeterminación y amparo de sus hijos, volcó sus habilidades a la pedagogía pasando por el Colegio Lastarria y terminando, hasta su muerte, haciendo clases de música en el prestigioso Instituto Nacional. Nunca abandonó su arte y muchos la recuerdan como una interprete excelsa del piano que en las noches posaba sus manos en el distinguido instrumento y embelesaba con melodías que transportaban a quienes la escuchaban a espacios de luz.

En el Instituto Nacional formó e influyó a múltiples generaciones de estudiantes que aún hablan de la “chica Solari”. Durante todo este período se fue transformando en la profesora maravillosa que fue y en madre dueña de casa. Como es sabido el salario de un maestro era y es exiguo por lo que la dependencia económica con Mario estimulaba conflictos entre ellos. Estas rencillas a veces ocurrían delante de sus hijos, los cuales, instintivamente, aprendieron a mirar las cosas de maneras tridimensionales ya que sentían que cada uno de ellos, de distinta forma, los amaba y aportaba a su desarrollo.


Nilda Patricia, la “Patty”, se formó en el Liceo N°3 y terminó sus estudios secundarios en el Liceo Nº1. Al salir del colegio optó por estudiar Licenciatura en Biología en la Universidad de Chile hasta su detención y desaparición. Era una estudiante destacada, cálida y muy buena compañera. Más allá de la pasión que sentía por desentrañar los misterios de la vida a través de la biología, tenía, desde chica, otras inclinaciones que hablaban de su sensibilidad. La cautivaba el arte y dibujaba maravillosamente, tejía y bordaba con talento.Como hija de una concertista aprendió a tocar piano y la guitarra. Son de su autoría difíciles obras musicales con las que cautivaba a una audiencia entre la que estaban sus hermanos, pololos, pretendientes y amigos. La Patty y Olga jugaban a adivinar qué obra musical se escuchaba en la radio… ¡es Beethoven, no, es Mozart, es Liszt, Stravinski!, exclamaban ambas las tardes lánguidas de otoño. Escucharla desplegar su sensibilidad sobre las nacaradas teclas negras y blancas era una delicia porque se vislumbraban las enseñanzas de su querida madre. El amor por la música se expresaba también en su pasión por el canto lírico. Por años perteneció al Coro de la Universidad de Chile presentándose en distintos escenarios. Pero no sólo era la música, su inclinación artística sumaba la literatura y la escritura. Repletaba cuadernos en los que escribía reflexiones sobre la vida, y los procesos sociales y humanos que ocurrían en la época del 70. No es casualidad que en tiempos de dictadura se hizo cargo de la impresión del periódico El Rebelde. Patty es recordada por su belleza y su fino ingenio.

Por otro lado Mario Fernando se formó en el Instituto Nacional. Fue estudioso y el mundo del conocimiento lo cautivaba, ávido lector que devoraba libros buscando respuestas a sus inquietudes. En el colegio tenía altos promedios de notas y era un excelente alumno además de ser un precioso ser humano muy querido por su compañerismo y ayuda a los demás. Es en esta cuna de educación republicana que él encuentra las raíces de su sensibilidad social y espiritual, proyección de todo el noble origen del pueblo nicaragüense que luchó por su libertad y de la pasión social de sus padres y su familia. 


Fernando y "la Chica Solari" en el Instituto Nacional en 1965.
El año 1969 Fernando estaba terminando su sexto año de humanidades y ya era dirigente estudiantil. Su mirada atenta y sensible a todo lo que ocurría en un Chile de vientos revueltos lo encauza a tomar contacto con la realidad de la gente humilde, con obreros, pobladores y en general con los rezagados de la sociedad. Este vínculo afectivo y su relación con un mundo que luchaba por su dignidad y derechos lo conducen a solidarizar con ellos y a desarrollar un intenso trabajo social en poblaciones marginales de la capital. La tarea de alfabetizar copó su tiempo y desempeñó esta labor con amor y compromiso. Tenía tempranos 17 años cuando se insertó en campamentos y tomas de terrenos de la zona sur de Santiago. Cuentan que el joven Fernando sentía culpa de llegar a su casa cómoda y ducharse con agua caliente en un baño amplio después de palpar y vivenciar la vida que se estaba llevando en las poblaciones que él visitaba en su trabajo de alfabetización. En esta etapa juvenil y con la sensibilidad que le otorgaban sus raíces familiares, su propia naturaleza y todo lo aprendido en lecturas noche tras noche, es que él inicia la construcción de su compromiso social y de lucha por la justicia de los desposeídos. 

En 1970 Salvador Allende es elegido Presidente de la República y la Unidad Popular inicia un proceso de cambios. Se levantan los vientos huracanados que todo lo mueven y transforman. Es ese año justamente que Fernando ingresa a la escuela de Ingenieria de la Universidad de Chile y al año siguiente se cambia a la carrera de Arquitectura de la misma universidad. Allí permanece hasta el momento de su detención y desaparición en 1974.

Su gran compromiso social y político se volcó en las actividades del Movimiento de Izquierda Revolucionario, MIR, asumiendo las responsabilidades y los riesgos que ese momento exigía inspirado por su profundo anhelo de justicia para todos los oprimidos de nuestro país.

Nilda Patricia y Mario Fernando Peña Solari, hermanos formidables, unidos por la sangre desde su origen, fueron detenidos el 9 y 10 de diciembre de 1974 respectivamente, en el periodo de la dictadura militar de Pinochet, por los organismos de estado de aquella época, la DINA. Estos jóvenes luminosos, llenos de anhelos, ansias de vida y de justicia para todas y todos los hombres y mujeres de esta patria, son parte de los miles de detenidos y desaparecidos que hoy esperan que llegue majestuosa, la verdad y la justicia. 



Hoy queremos rendirles un homenaje a ellos, a sus preciosas existencias, a su vitalidad contagiosa, a su manera de transitar el camino, a esas melodías y palabras que iluminaron el breve espacio en que habitaron. Queremos recordarlos y traer desde las tierras del cielo la fragancia selvática nicaragüense, los aromas de la fruta chilena, la italiana enjundia que dejaron en cada uno de nosotros, primando la alegría contagiosa, el coraje y la audacia de estar vivos, la cortesía y el espíritu de justicia universal.